Yo también pedí ayuda
Mientras escribo esto te porteo, siento tu respiración sobre la mía y me siento mal, terriblemente mal, por no saber, o haber sabido, quererte como te mereces.
El viernes empecé a terapia, harta ya del cansancio extremo, de tus gritos desconsolados, de esas ganas de querer huir de todo. Harta de no ser capaz de sentirme madre, de sentirme solo pequeña, muy pequeña, en un mundo que se ha vuelto loco y me ha dejado arrinconada en una vida que no reconozco y que, desde luego, no disfruto.
Te quiero desde siempre, eso no lo dudes. Desde el momento en el que se pintó, casi invisible, la segunda rayita rosa en el test. Pero la maternidad me llegó de una forma brusca y dolorosa, después de un parto del que no puedo tener peor recuerdo y sumidos en una pandemia mundial que nos ha tenido aislados de todo lo conocido, haciéndonos pensar que la vida será para siempre así.
Me bastó una hora con alguien que supo entenderme desde el primer segundo y hacerme la radiografía perfecta de la situación por la que estamos atravesando para ser consciente de que esto no se quedará aquí estancado, de que voy a volver a flote, de que sabré ser madre, la madre que tú te mereces.
Este fin de semana hemos seguido a raya todos sus consejos. Abrimos las puertas de casa para que vinieran a ayudarnos los que llevaban seis semanas deseando hacerlo. Me dejé cuidar, me separé con cuidado de ti para recuperarme y poder regresar de nuevo con más ganas que nunca y para siempre. El sábado se hizo la magia. Caía ya la noche cuando nos dimos un baño juntos. Te coloqué en mi pecho mientras me mirabas con tus enormes ojos abiertos y los dos nos dimos paz. Regresé al paritorio, a ese momento en el que todo quedó tranquilo y te vi por primera vez. Aquel día, el dolor físico y mental me impidió sentir esa conexión de la que todo el mundo habla. El sábado pasado supe a qué se referían. Esas mariposas en el estómago, esa sensación de que todo merecía la pena, ese amor, amor profundo, sincero e inquebrantable que sólo sabe sentir una madre por su hijo. Ahí estaba, por fin. Yo también era capaz de sentirlo.
Me supe un poco menos inútil, un poco más capaz de todo.