Tres frases que ya cansan
La primera vez que me dijeron "disfruta del embarazo, que pasa volando", me lo creí. Acababa de ver el positivo en el test y la vida me parecía maravillosa. ¡Estaba embarazada, claro que tenía que disfrutarlo! La alegría duró poco. Pronto empezaron las naúsesas matutinas, esas que me obligaban a levantarme y meterme algo al cuerpo antes de intentar hacer nada más. Una vez, valiente de mí, me dí una ducha antes de desayunar y creí que no salía para contarlo.
Después empezaron todas las preocupaciones por la comida que metía para el cuerpo. Nada de alcohol ni de jamón serrano, hasta ahí lo tenemos todas claro. Después llegaron los quesos: este sí, este no. ¿Y este? Uff, pues ante la duda, mejor no te lo comas. ¿Y qué hacemos con las pizzas, que siempre llevan queso y nunca sabemos cuál? Pues mejor olvidarnos de ellas. ¿El salmón ahumado? Tampoco. Las anchoas, lo mismo ¿Ah, que no puedo comer anchoas, pues ayer me tomé alguna en una ensalada...? Y ya, todos mis sentidos alertas durante horas chequeando si notaba algo raro en mi cuerpo. Parece una chorrada, pero nueve meses así son mentalmente demoledores.
El embarazo no se queda ahí, claro. Una vez que superas el primer trimestre, del que yo me puedo quejar muy poco viendo otros casos cercanos de vomitonas diarias, llegas a la fase valle. El segundo trimestre suele dar algo de tregua. Recuperas energía, duermes bastante, todavía no te molesta demasiado la barriga, ni la espalda. Ese fue, al menos, mi caso, no dudo que hubiera otros peores. Pero despues de esa calma tensa nos toca armarnos de paciencia y asumir que nos vamos cuesta abajo y sin frenos.
En mi caso, fue cumplir los seis meses de embarazo y me empezó un dolor horrible en una cadera, un dolor que me bajaba por toda la pierna y que prácticamente no me dejaba caminar más de media hora seguida. Cosulté con varios fisios y la respuesta común fue: es debido a la posición del bebé, que te debe de estar oprimiendo algo, podemos tratar de aliviarlo un poco, pero hasta que no des a luz, irá a peor. Estupendo. Disfuta del embarazo, dicen.
También en esta etapa entendí por qué al "ardor" se le llama "ardor". Porque arde. Arde que se mata, que te crees que te va a salir fuego por la boca. Se acabó disfrutar de comer. No te entra nada en el cuerpo y las digestiones son pesadísimas e interminables. Disfruta del embarazo.
Del último mes, mejor ni hablar. El barrigón no te da tregua, ni dormida, ni tumbada, ni sentada, ni de pie. No hay forma humana de sentirse a gusto con un balón de baloncesto ahí insertado. Ahí empieza otra frase que también adoro (nótese el sarcasmo): "Disfruta de la barriga, que luego la echas de menos". Pues os aseguro que han pasado más de 50 días desde que di a luz y no ha habido ni uno solo que echara de menos ese barrigón que me impedía comer, dormir y atarme los zapatos. Seré insensible -y no digo que no fuera precioso acariciarla y saber que al otro lado estaba Gabriel, al que conocería ya en cualquier momento-, pero una vez fuera, adoro que mi barriga haya vuelto a su sitio y poder comer en paz, sin miedo a sentir fuego en el esófago.
Tras el parto, hay una tercera frase que también me resulta muy hiriente. "Cuando duerme el bebé, duerme tú". Já. Já, já y já. Aquí hay tres opciones. La primera, que el bebé se duerma en tus brazos. Así no te vas a dormir tú también, ni de coña, no le vaya a pasar algo. La segunda, que necesites ese ratito que se ha quedado dormido para resolver necesidades tan esenciales como darte una ducha -y en lo que te duchas, ya se ha despertado. La tercera, que el bebé duerma feliz y durante un par de horas en su cuna. Da igual la hora que sea, tú bajas la persiana y te echas a dormir. Das una vuelta. Das otra vuelta. Otra más. Te empiezas a poner nerviosa. "Coño, duérmete de una vez". Otra vuelta más. Se acabó. Arriba y al menos hago algo productivo con mi vida mientras este duerme.
¿Sí o no?