El parto de Alba en el hospital La Fe de Valencia
Jimena vino hace poco más de un mes a este mundo dominado por el famoso COVID-19. Nació en la semana 41+1 de manera natural con un expulsivo de menos de 10 minutos, pero tuvo que ser inducido (es obvio que las circunstancias que me rodeaban influyeron en mi estado y en tardío parto).
Recuerdo las semanas previas muy angustiosas porque no se sabía qué iba a pasar en el hospital respecto a protocolos, los cuales cambiaban diariamente, todo era incertidumbre y nervios. Al confirmarme que sería un parto inducido, me informé durante los últimos días de cómo se procedería y todo parecía “normal”, de tal modo que me harían la prueba al entrar, la mascarilla iba a ser mi mejor prenda, estaría sola en observación hasta borrar el cuello del útero y dilatar hasta 3 cms, pero una vez en paritorio mi pareja podría entrar, así como en la habitación. El hecho de informarme a diario me permitía adaptarme a la realidad del momento.
Sin embargo, conforme pisé el pasillo donde me esperaban las matronas, me anunciaron que ningún acompañante podría estar conmigo durante el proceso del parto porque justo el día anterior hubo dos casos de mujeres positivas, y el protocolo había cambiado. Sin previo aviso, cuando creía tener todo controlado, se me cayó el mundo encima y, también, alguna lágrima. No me podía creer que tuviera que pasar todo el proceso sola, que mi pareja, el padre de Jimena, que también esperaba ansiosamente durante 9 meses su llegada, no pudiera estar en uno de los momentos más bonitos de nuestras vidas. Comprendí los procedimientos y las medidas adoptadas por el bien de todos, de los sanitarios y mío, me resigné, aunque no perdí la esperanza. De hecho, tras la larga mañana en observación con el propess esperando a dilatar lo suficiente, sobre las 17:00 pasé a paritorio, ya con mucha actividad de contracciones y, por lo tanto, dolor del bueno. En esos momentos, tal y como pensé hacía dos años con mi primer hijo, que no querría tener más hijos de lo mal que lo estaba pasando. Pero ahí estaba por segunda vez, a unas horas de conocer a la peque de la casa.
Mis dolores desvanecieron (solo por un momento) cuando la extraordinaria matrona que me atendió me expresó que estuviese tranquila porque no iba a estar sola en el parto, pues lo primero que hice al entrar fue preguntarle si de verdad iba a estar sola… aún no me lo creía y no había perdido la esperanza, y gracias a que existen personas con tal grado de humanidad que comprendiendo las difíciles circunstancias en las que ya de por sí estábamos pasando las embarazadas y futuras mamis, sabían que lo mejor para estar emocionalmente al 100% era que nos acompañase nuestra pareja. Poder vivirlo conjuntamente con el padre era el mejor regalo que me habían hecho en mucho tiempo. No recuerdo las de veces que le agradecí a la matrona su gesto, de hecho, ningún otro padre entró en paritorios ese día, yo tuve suerte, o igual mi insistencia lo hicieron posible porque nunca, nunca perdí la esperanza.
Jimena nació a las 19:45 mientras yo la iba sacando con mis manos, en un clima de amor infinito, de calma y de muchas ganas por conocerla, fue mi primer piel con piel y aún recuerdo el olor a vida, su llanto calmado al pegarse a mí, el calor de su pequeño cuerpo. Increíblemente bonito para ser cierto después de todos los nervios que habíamos pasado. El papá cortó el cordón por primera vez en su vida. Su llegada estuvo rodeada de felicidad gracias a un trato humano excelente.
Tras el alumbramiento no ha habido recibimientos, no ha habido flores, no ha habido tantas otras cosas… y pasadas las semanas, familiares y amigos siguen sin conocerla, pero ha tenido la mejor de las bienvenidas en casa. Ella solo sabe de besos, abrazos, caricias, cuidados especiales y mimos infinitos, esta enfermedad no es para ella. Pero también sabe de aplausos a las 20:00, nacer en tiempos del coronavirus es historia. Jimena ha venido a aportarnos la luz que necesitábamos.
Alba