Carta a mi hijo

Mi pequeño Gabriel,

Hace poco más de seis semanas me convertiste en mamá y no te puedo explicar cuánto me has cambiado la vida desde ese 17 de marzo. Siempre quise ser madre. Es una de esas pocas cosas que tuve claras en la vida desde que tengo uso de razón. Conocí a papá en 2012 y lo que pensábamos que sería poco más que un maravilloso amor de verano se hizo tan fuerte que ni un año de Erasmus sin apenas contacto pudo hacernos olvidar lo que sentíamos. De ese amor tan puro, y en el que hemos trabajado tanto desde entonces, naces tú.

Siempre te quisimos, los dos. Hablábamos de ello con cierta frecuencia y no sabíamos ni dónde, ni cuándo, pero sí sabíamos que te queríamos con nosotros y, a poder ser, pronto. Nuestra relación siempre fue a distancia, lo que sin duda complicaba y mucho poder hacer cualquier plan de futuro a largo plazo. Pero nunca nos dimos por vencidos. Después de que papá se recorriera media Europa y me tuviera viajando de aeropuerto en aeropuerto durante algo más de un par de años, terminó estableciéndose en Madrid, donde yo llevaba viviendo desde los dieciocho. Tendríamos por aquel entonces veinticinco años y lo que no sabíamos cuando tomamos las uvas para empezar 2016 es que ese año, por fin, sería el año de inflexión en nuestras vidas.

En septiembre, me ofrecieron trabajo en Asturias y en noviembre hicieron lo mismo con papá. Por fin volvíamos a casa. Los siguientes años te los resumo rápido. En 2017 empezamos a vivir juntos en Gijón y adoptamos a Duna y Anaís, dos gatitas adorables que nos enseñaron muchas cosas sobre la responsabilidad compartida. Las ganas de tener un hijo seguían creciendo. En 2018 nos casamos, rápido, a nuestra manera, porque en realidad sabíamos que nada cambiaría todo lo que ya sentíamos. En 2019 compramos nuestra casa y para cuando tocó mudarnos, tú ya venías con nosotros.

Siempre estuviste presente en todo este proceso, si bien nunca quisimos precipitarnos. Fuimos haciendo todo lo que se esperaba de nosotros antes de tener un hijo, pero en cuanto tuvimos el libro de familia en nuestras manos supimos que traía una página que queríamos rellenar muy pronto.

Tú no te hiciste de rogar. Nos lo pusiste todo tan fácil que aún ahora me sorprendo al recordarlo. Era principios de julio y la doble raya rosita en el test nos anunciaba que nuestra vida estaba a punto de cambiar para siempre. Nos diste un embarazo perfecto, ni un susto, ni una prueba con un resultado sospechoso, ni un motivo de alarma. Creciste al ritmo que se esperaba, empecé a notar tus movimientos dentro de mi barriga cuando tocaba y me avisaste de que estábamos a punto de conocerte recién pasadas las 40 semanas de embarazo. Sin embargo, no pude evitarlo, siempre sentí un punto de miedo. Miedo a que en una ecografía vieran algo que no les gustara, miedo a poder comer o hacer algo que te sentara mal, miedo a que una mala sorpresa nos arruinara la ilusión que crecía irremediable entre nosotros.

Pero nada de eso fue así y el 17 de marzo, mientras el mundo se sumía en el caos a causa de un virus incontrolable, yo pude abrazarte por primera vez. Me convertiste en mamá, algo que aún ahora no soy capaz de abarcar del todo. En un segundo cambiaste todas mis prioridades y le diste sentido a todos los minutos que han pasado desde entonces. Convertiste mi vida en la tuya y tu latido, la razón por la que me levanto cada mañana.

Gabriel, me has convertido en mamá y este primer Día de la Madre, este 3 de mayo de 2020, será para siempre de los dos. Desde hoy te prometo que dedicaré cada segundo a dar lo mejor de mí para que tú puedas llegar donde quieras. No hablo de llegar alto, ni de llegar lejos. Si no de llegar hasta donde decidas pararte. Que construyas tu propio camino feliz, seguro y convencido de lo que haces. Dedicaré cada día a cuidarte, a mimarte. Cerraré los oídos a todos aquellos que me dicen que te estoy malacostumbrando, que mejor más sillita y menos cuello. No te dejaré llorar, nunca, aunque sepa que no te pasa nada, aunque me diga la enfermera que debo alargarte las tomas, aunque se superpongan tus lágrimas con las mías y ya no sepa quién llora más fuerte.

Te demostraré que siempre estaré aquí, dispuesta a correr al menor llanto, a educarte desde el cariño y la paciencia más infinitos, a quererte en todas tus travesuras y a reírme cuando todo nos salga al revés. Aprenderé contigo que hay miles de emociones aún por definir y que a partir de ahora la vida la diriges tú.

Gabriel, es precioso poder conocerte cada día un poquito más, ver tus gestos y tratar de adivinar qué te pasa. Poder olerte acurrucado en mi pecho y ver esa paz que traes contigo cada vez que entras en sueño profundo. Es precioso tenerte en casa y que lo hayas puesto todo patas arriba. Parece mentira lo que ocupa un bebé de cinco kilos.

Mil veces me he imaginado siendo mamá. Gracias por hacerlo realidad de la manera más perfecta.

Te quiero,

Mamá